Al llegar una tremenda playa monocromática nos daba la
bienvenida a lo que puede ser el mundo de Steven Wilson. Oscura y amplia, casi
infinita. La arena del mar o del desierto se muestra apacible como si estuviera
a la espera de algo que transforme esa tranquilidad y otorgue respuesta a un
furioso mar o al incontrolable viento. Las arenas de Wilson se deslizan por
todos los ámbitos desde el ambient de Bass Communion hasta el metal progresivo
de sus proyectos solistas, pero no se traducen esas diferencias solo a bandas,
sino que en cada una hace explícita esa diversidad sónica. Un pequeño grano de
arena es parte importante en un todo, cada nota, cada sonido forma el único y
complejo universo compositivo de este delgado inglés.
Un mar terrible
amenazó aquellas tranquilas arenas con “No Twilight Within The Courts of the
sun”, haciendo que toda la densa fiesta comenzara, un gran Adam Hotzman se
lucía en un solo de teclado. Un Wilson que pocos minutos antes había ingresado
al escenario, luego de los restantes 4 integrantes, se percibía algo apático
producto de una malla que formaba parte de aquello que ya Pink Floyd hace años
intentaba graficar: la distancia entre lo que se ve y lo que es realmente, o
una muralla de incomunicación entre lo que debiera conectarse, una venda en los
ojos de todo el mundo. Wilson, es sabido, no solo le importa la música, sabe
muy bien que la estética, luces, pantallas, etc., componen un conjunto que da
valor agregado a un show que musicalmente por si solo ya es de lo mejor que se
ha escuchado.
Luego, la tormenta dio paso a otro matiz en la escala de
colores de Wilson: La algo industrial “Index”, para que luego las tranquilas
arenas se dejaran llevar por afectuosas y dulces brisas que hacían volar poco a
poco las partículas de la eterna erosión: “Deform to Form Star” sonó
conmovedora, esperanzadora y profundamente tierna y emotiva, así como también
dio paso a ese lado algo femenino de Wilson, o andrógino, que se confunde en un
juego de ambigüedad y extrema sensibilidad. Estas dos piezas dieron la
sentencia: Wilson es un buscador incansable de la perfección.
“Sectarian” se inició con sus conocidas tinieblas, dando
luego cabida a un largo solo de teclado para dar paso, por segunda vez, a la
extraña (experimentación rítmica) y cortante violencia de esa pieza, que en
gran medida se debe a la batería de Marco Minnemann y al bajo sobresaliente de
Nick Beggs, sumado a un juego de luces extraordinario que otorgaba una
atmósfera ya no solo lóbrega sino también poderosamente tenebrosa, una playa abandonada
en el fin del mundo, el abandono en el desierto, y así sacar la venda que
existía entre Wilson y su público ¿La venda dejó de existir o es que ahora solo
no es visible?. No es algo fácil de responder con palabras y es por ello que
“Postcard” sonó a una serena y consoladora explicación a un mundo que vaga sin
gusto a nada y a todo a la vez.
“Remainder The Black Dog” y su paranoica suavidad inicial
acompañada de unos orgánicos y atmosféricos sonidos (como gran parte de la
noche) provocados por Niko Tsoney, luego un Theo Travis (Genio, virtuoso,
maestro y todos los adjetivos que pudiesen demostrar lo grande que puede llegar
a ser) que daba toques de jazz al concierto con unas escalas maravillosas en su
clarinete, que desenterraban sentimientos lisérgicos, más aún al finalizar el
tema con su flauta traversa completamente drogada en flutter tonguing. “Harmony
Korine”sonó en su poderoso valor de single con su letra ambigua y eterea,
despertando incluso a los que poco sabían que hacían ahí. Pasadas estas dos violentas
odiseas se asomaron nuevamente las tranquilas partículas en suspensión de
“Abandoner” (salvo aquella escena lúgubre y caótica del final) y “Veneno para
las Hadas”, que nos llevaron a la calma que viene luego de una inclemencia,
nuevamente nos encontramos caminando solos por una arena inquieta, dejando nada
atrás, ni siquiera nuestras huellas, nada pesamos en ese baile melancólico.
A continuación Wilson y compañía presentó un nuevo tema:
“Luminol”. Un tema que obviamente hay que escuchar un par de veces más para
intentar siquiera hablar de él, pero que a primera escucha sonó bastante
agresivo y progresivo, lo cual siempre es bienvenido.
Luego vino “No Part of Me” que con la belleza de “ I know
that love for you was just security / There´s NO PART of me in you” y un stick
tremendo de Nick Beggs cautivó a todo un coro nacional, y finalizó con un solo de clarinete de Theo
Travis que dejó boquiabierto hasta al mismo John Coltrane en el otro mundo,
sobre todo por su growling demencial.
Con “Raider II” se desató una tempestad, una tormenta de
arena, una catástrofe sónica de abismante oscuridad en su inicio tenebroso
(casi fílmicamente de terror). La tormenta poco a poco fue entrando por
nuestros sentidos, con un Wilson que cantaba enrabiado, una intermitente flauta
traversa de Travis que parecía un encantamiento mágico, un coro de teclado,
para pasar a la lisérgica violencia de metal progresivo que impresionó por su
fuerza descomunal en un ascenso musical que llega hasta un universo sónico
devastador. Travis hizo nuevamente de las suyas con un solo de saxofón soprano
de dimensiones tremendas que rozaban la genialidad. Entre el viento, el
reventar impetuoso de las olas, la endemoniada arena, era difícil comprender la
magnitud de lo que se vivía y solo el instinto inconsciente emanaba a pasos
animales con vehemencia de dementes. Más de veinte minutos de una composición
que desearía fuera eterna. No quedaba otra al finalizar el tema que aplaudir de
pie a rabiar a estos maestros, a insultarlos en éxtasis de admiración, a
gritarles en su cara lo geniales que podían llegar a ser. La orgía sónica había
sido de tamaños insospechados, ya que rara vez algo en la vida puede llegar a
tener tanto valor. Aquellas sensaciones sin duda serán irrepetibles.
Uno a uno fueron desapareciendo del escenario, para volver
luego del aullido al unísono de un público que deseaba mucho más luego del
anterior “Raider II”, así que aparecieron nuevamente en escena aplicándose en
“Get all you Deserve” cada uno con distintas máscaras bizarras, en una
composición suave y simple en un principio pero que da lugar a un precipicio
sónico de distorsión, efectos de guitarras realizados con locura por parte de
Niko Tsoney, la tormenta se había desatado nuevamente, teclados embrujados, y
un sinnúmero de ruidos que conforman un salto al vacío desde el cielo a un
remolino de deseos, de cosas perdidas, un torbellino de ausentes con el cual
nuevamente terminaron, se despidieron y se retiraron.
Las arenas parecían que ya no se agitarían, sin embargo,
Steven Wilson volvió con su guitarra electroacústica, y demostró que se debe en
plenitud a su público, sabe que muchos (sino todos) llegaron a él a través de
Porcupine Tree y por ende no puede dejar de satisfacer de algún modo esa
terrible necesidad. Es por ello que tocó primero
“Lazarus” y su “Follow me down to the valley below / You know / Moonlight is bleeding / From out of your soul” sonó como una plegaria, como un ruego elevado al cielo, y
luego “Trains” logró lo que debe lograr una composición como ella, o sea, su
aparente simpleza y su conmovedora melodía nos llevaron incluso a la emoción
más profunda que se hermana de algún modo al llanto. Un tema final
esperado, y que satisfizo de algún modo un deseo proveniente desde hace muchos
años.
Steven Wilson más allá de ser un gran músico, compositor,
interprete, guitarrista, vocalista, tecladista, etc., es un ser humano
tremendo: es capaz de entregarse en una presentación por completo, más allá de
lo musical (porque suena muy cercano a la perfección o en ella misma) ya que
está preocupado hasta del más mínimo detalle en su show, ya sea de las
visuales, las luces, colores, si incluso las visuales están desde que uno llega
al establecimiento. Eso demuestra que te estima, que te considera algo esencial
en él, y por ello es que te premia, te regala todo lo anteriormente dicho. Steven
Wilson se traía algo tremendo entre manos y fue recibido con los brazos más que
abiertos.