martes, 8 de enero de 2013

Historias Extraordinarias (Mariano Llinás, 2008): A buscar las otras y esperar el futuro.


No estoy acostumbrado a repartir flores. Las ganas de despedazar las cosas son mucho mayores siempre. Claramente esa actitud no es gratuita: el 80% de las películas son malas, el 15% están bien y tan solo el 5% restante son muy buenas ya sea en un aspecto objetivo o por una cosa más bien personal. “Historias Extraordinarias” está por lejos en ese 5%, y aquello es objetivo. Mariano Llinás, su director, nació hace poco: es del 1975, pero filma con una seguridad y bagaje que hace pensar que se trata de un hombre entrado en años. No he visto sus trabajos anteriores, cosa que haré lo más pronto posible, pero no cabe duda que es un talentoso, y claramente su nombre, si es que ya no lo es, será algo repetido en las elites cinéfilas mundiales. Ahora, algo me hace pensar que se puede transformar en un eremita, en una ficción, algo muy parecido a un Borges, o más bien a un Macedonio Fernández: alguien que no se sabe si es un mito o una realidad, un personaje metido en nuestra dimensión que aparece y desaparece sin notificación alguna. En “Historias Extraordinarias” hay de todo, hay un universo inmenso, y no me refiero a su extensa duración (ni más ni menos que 4 horas 13 minutos), en la que nada sobra, y hasta los detalles mínimos e incluso insulsos no sobran para nada. Hay amor, hay terror, hay erotismo, hay locura, hay de todo. Y en ese diccionario aparecen diversos estilos de narrar: el retrato, el antirelato, el laberinto, el circulo, el monologo, el ensayo fílmico. Todos, temas y estilos, realizados con experticia total. Lo esencial de este film, lo cual es discutible, es la narración que sostiene toda la película, y aquella es de tal originalidad y tan maestramente escrita, que uno no puede más que sentarse y dejarse llevar por los misterios de la vida de los protagonistas. Una narración heredado de Borges o Cortazar, una verdadera novela escrita con una inteligencia exquisita y sublime, o también muy cercana al mejor Bolaño (aunque no hay nada en él que baje de ese nivel), cercana a “Los Detectives Salvajes” o por momentos a “2666”, en las cuales nacen una serie de personajes que realizan actitudes raras, sin explicaciones razonables más que el instinto o el miedo, o la curiosidad y las ganas de saber. También recuerda a Perec, a “La vida, instrucciones de uso”, una narración laberíntica espectacular. Por momentos me recordé a Hawthorne y su magnífico “Wakefield”, debido a las actitudes extrañas sin razones visibles, que solo encuentran explicación en la psicología de cada personaje. Extrañamente estoy hablando más de literatura que de cine, pero es que es imposible no hacer un inmenso hincapié en aquello, y quizás teóricamente, en cuanto a las imágenes, puede tener detalles, pero aquellos no obstan para nada para calificarla como una película absoluta y total. Puedo decir con seguridad, que anoche he visto una de las mejores películas de mi vida. 


jueves, 3 de enero de 2013

Mekong Hotel (Apichatpong Weerasethakul, 2012) y el soslayo de lo esencial.



Siento que despojó, en este film, de un elemento primordial de su filmografía y que genera quizás el efecto etéreo preciso que ha otorgado una calidad superlativa a su cine: La presencia indescifrable de la selva. La naturaleza es un personaje esencial en este tailandés, siendo esta vez un río el elegido, sin embargo, la locación y arquitectura del lugar no llega a transmitir lo que produce la selva y quizás solo transmite frialdad e incoherencia a esa danza de vidas paralelas, reencarnaciones, posesiones, apariciones, fantasmas, espíritus “caníbales”, etc, sumadas a conversaciones irrelevantes acerca de las soluciones para las inundaciones. 


El misterio que envuelve la selva tailandesa es un elemento tan esencial, que sin ella la verdad que Apichatpong pierde más que gana. Es quizás un talentoso como director pero que es capaz de moverse no tan adecuadamente en otros terrenos. Y es que la selva, todas ellas, incluso la hermosa selva valdiviana de Chile, transmite un secreto incognoscible, un silencio que a veces aterra, hermética en una mirada perenne y milenaria, sólo interrumpido por las voces invisibles de grillos y cigarras. “Grítame bosque ese secreto feroz que se deja caer con la noche. La noche y sus tonos infinitos teñidos de silencio”. Observar el hermoso caos de la jungla es observar todo aquello que no es hombre. Lo humano que intenta alejarse de la entropía. El virgen desorden sin intervención geométrica de persona alguna es lo que finalmente nos lleva a conectarnos con un mundo que no es, y aquello es lo que hace que el cine de Weerasethakul sea tan creible y verdadero, a pesar de ser ciencia ficción. La atmósfera salvaje de poesía panteísta.
Llama la atención también, además de la actuación del propio director, el guitarrista: ¿Cuándo un individuo es realmente un personaje en una película? Arbitrariamente sería decir que es personaje el que aparece en los créditos. Pero ¿cuándo un personaje realmente es? Dificil respuesta ante el guitarrista y que nace obviamente de la inclusión vanguardista y atrevida de este por parte del creador.
Finalmente, a pesar de lo dicho, no pierdo ni perderé la fe en Apichatpong Weerasethakul... conmigo, ya tiene el cielo ganado.