jueves, 16 de febrero de 2012

Formas de Volver a Casa de Alejandro Zambra

Mi Olimpo literario nacional es una trilogía: Diamela Eltit, Roberto Bolaño y Alejandro Zambra. La primera por su lenguaje y narración vanguardista. El segundo por ser uno de los mejores narradores que he leído (peleando a combos con Cormac McCarthy y varios estadounidenses más). El tercero por su prosa completamente emotiva, melancólica y poética, que envuelve todo con una precisión de cirujano. Sus frases por momentos son más bien versos. Precisión de poeta, pero evidentemente que no se trata de una precisión fría apática, sino que es todo lo contrario: emoción. Al parecer Zambra es así en su cotidianidad, o por lo menos así lo parece en sus entrevistas, como la de “Ojo con el Libro” de Via X. 
La precisión poética de Zambra queda de manifiesto de inmediato en su primera novela “Bonsái” (que se llevó al cine hace muy poco e incluso estuvo en Cannes), una historia de amor-desamor entre lectores salvajes, una preciosa exactitud de poquísimas páginas, que le dan a la obra un aspecto de perfecto resumen. Su segunda novela, “La vida privada de los árboles” es también una maravilla, ambigua y de escasas páginas, trata de una familia que se destruye inexplicablemente. Ambas novelas son narradas con una prosa original y algo circular, recomendables absolutamente. “Bahía Inútil” (que aún no he leído) y “Mudanza”, trabajo original en lo formal (repeticiones) y bello en su temática, son dos libros de poemas. 
Su última novela, “Formas de volver a casa”, no se aleja demasiado de las características de sus anteriores trabajos, lo cual demuestra que estamos ante un escritor de gran estilo, actitud y personalidad. Este tercer trabajo se divide en cuatro capítulos acerca de una misma historia que aborda ásperos temas políticos (del pasado? del presente? del futuro?) pero no de la perspectiva de los directamente afectados sino de una diversa (algo similar a “Bosque Quemado” de Brodsky). Es el punto de los niños, de los que poco entendíamos acerca de lo que pasaba durante la Dictadura, y que sin embargo, nos quedamos para siempre con aquellas sensaciones que sentíamos venir de nuestros padres, de los diarios, de la tv, en fin, de la información que llegaba casi como por casualidad a nuestros sentidos. Eso se alojó, se quedó. 
Zambra esta vez creo que juega más al narrador, al contador de historias, no le queda mal el traje, pero los puntos máximos no llegan con la historia, a pesar de ser buenísima, sino con su prosa poética, sus declaraciones de sensaciones, sus ideas versificadas: “Pensé: de qué tienen cara mis padres. Pero nuestros padres nunca tienen cara realmente. Nunca aprendemos a mirarlos bien”, hablando del recuerdo y su verdad rotunda. El amor fracasado: “Nuestro problema fue justamente ese, que no mentíamos. Fracasamos por el deseo de ser honestos siempre”, y es claro su precisión abarca con maestría también el amor, el amor que vive o el del pasado que se recuerda, que habita en nosotros igual que toda nuestra historia, que nos marcó, que nos hace ser como somos. Nuestra historia personal mezclada con la historia colectiva, nuestro mito que reaparece a cada instante y que espera: “....con paciencia el momento de salir al escenario, aunque el público hace rato que se fue”. 
Una novela precisa como todo Zambra. 

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