martes, 5 de mayo de 2009

Asfalto (Crítica dentro de otra)



I 
Esteban llegó a su casa un poco más temprano que de costumbre. Sin embargo, para él, el día aún no terminaba. Para muchos, según pensaba, el día acababa al llegar a sus casas luego de una extenuante jornada laboral, llegando sólo a recostarse en el sillón a ver televisión. Eso le parecía terriblemente triste, sin embargo aceptaba aquella ilógica realidad pero que en honor a la verdad, no la entendía. No alcanzaba a comprender del todo como era posible que las cosas fueran así y en definitiva, no le gustaba la vida de aquella mayoría desconocida que veía caminar, o más bien, mover las piernas casi automatizados por el tedio y el cansancio. Anónimos que extrañamente estimaba, pero que a la vez odiaba tan profundamente. 
Dejó que el fuego devorara la tetera, mientras él hacía lo propio con un pan un poco negro, debido al descuido que provocó una temporal pérdida de su también negro abrigo. Empezaba a hacer frío, de ahí que su búsqueda era esencial. Llenó su bolso con pertenencias raras: Un reloj sin correa, un lápiz grafito, un par de libros de inacabada lectura, sus llaves, un viejo cuaderno y finalmente, la brújula que lo acompañaba a todas partes. Salió, puso los audífonos en sus oídos mientras se dirigía raudo en busca del paradero. “El “soundtrack” de mi vida”, se decía. La música le ayudaba a alejarse de aquella horrible oscuridad de la tarde invernal, que provocaba en él una rara sensación que intentaba a cada momento exiliar. Conocida no solo por él, sino por muchos, llamada simplemente soledad. 
Tomó el micro, luego el metro y se bajó en la estación de aquel cerro cuyos árboles tanto amaba y que le recordaban tanto a su pasado sur. Pudo tomar otro bus, ya que aún lo separaban muchas cuadras de su destino, pero decidió caminar, esta vez, acompañado solo por las luces de neón de letreros que no leía. Ya pocas personas se veían a esas horas, uno que otro. “Uno más del total”, se decía, si es que puede decirse “uno más”, ya que suena exagerado, pensaba Esteban, y que en el fondo debiera decirse “uno igual” o más bien, “uno menos”, debido a que la frase tendría verdad, pero la dejo tal cual, ya que o sino podría carecer de sentido. 
Mientras caminaba, escuchaba un disco de posesión antigua, disparándose a sus oídos versos perfectos acompañados tan solo por notas de agradable simpleza. Algunos lo devoraban más que otros. “Maldigo lo perfumoso porque mi anhelo está muerto. Maldigo todo lo cierto, y lo falso con lo dudoso. Cuánto será mi dolor”. Pensó Esteban en el extraño poder que tienen algunas canciones, que aunque tantas veces han sido escuchadas, igualmente provocan sensaciones tan profundas, y que frases cobran un sentido tan igualmente profundo que llegan a producir una extraña sensación, similar al dolor. Otros versos no podía ni siquiera pronunciarlos, eran demasiado para él en aquel momento. Versos que yo también conozco pero que tampoco me atrevo a decir ni menos a escribir, y solo me limito a enunciarlos como el final de la penúltima estrofa de aquel hermoso himno.
 
En esos instantes, faltaban pocas cuadras para llegar a su destino. Otra inspiración: “... es igual que el estampido, que mata sin son ni ton”, retumbó hasta en sus pies que casi se doblaron. Paró unos segundos y siguió hasta llegar al lugar deseado. Saludó al portero con un tono desconocido, pero amable, que escapó de su boca (hasta él se sorprendió). Debió ser el lugar se respondió, ya que le gustaba de sobremanera estar ahí, donde finalmente podía ser él, el verdadero Esteban, el agradable y no aquel maldito que navegaba casi con rabia los mares de la estupidez y el vacío de los otros.
 
Imágenes hermosas ocupaban la sala, subió la alfombrada escalera, eligió la residencia que por minutos desconocidos habitaría y se sentó en aquel templo, que en esos instantes estaba prácticamente repleto.
 
El inmenso y blanco rectángulo que posaba frente a él cambiaba de tonalidades en una evidente prueba. 3, 2, 1 aparecieron más de una vez, proyectados por esa hermosa máquina, de la cual también emanaba una monótona música, que sin embargo, a los oídos de Esteban, sonaba maravillosa. Pensó éste que se trataba de la melodía que podía escucharse en el fin del universo, fusionándose con aquella que se produce por su eterna extensión. Todos hablaban, mas él solo escuchaba aquella dulce composición cósmica semejante a la de un tren que avanzaba velozmente por entre las piezas de aquel antiguo aparato. Su ensoñación terminó por la aparición de un canoso y alto hombre, visto en otras oportunidades por Esteban, el cual en un extraño acento saludó, dio gracias por la concurrencia y señaló el nombre del músico, esta vez trompetista, que acompañaría las mudas imágenes y finalmente, se despidió. Todo dicho de una forma armoniosa, poética y por sobre todo, amable. El film se llamaba “Asfalto”de Joe May y databa de 1929. Aplausos. Se apagaron las luces. Comenzó el trance.
 

II
 

En la Alemania de entreguerra, una acicalada y lujosa mujer roba un diamante de una joyería sin que sus dueños se percaten del acto. “Ambición”. Los encargados se percatan de aquello, cuando ya la mujer había salido de la tienda, pero la alcanzan en la calle, ante la mirada curiosa de los paseantes. Llaman a un impecable policía del tránsito que se encontraba en el lugar para que inspeccione a la mujer, ésta hace lo posible para no ser descubierta. “Risas del público. La trompeta suena cínica”. Sin embargo, no puede evitarlo más, es sorprendida en el ilícito y arrestada por Holk, quien la lleva a la delegación. Al llegar, la mujer solicita al policía si pueden ir a buscar su identificación a su domicilio, el cual accede ante las súplicas y llantos de la bella mujer. “La ambición corrompe lo correcto”. Llegan a la casa de la mujer y Holk se da cuenta de que es tremendamente adinerada, ya que está lujosamente amueblada, llena de joyas y con un armario lleno de carísimos abrigos de piel. “¿Hay algo más vulgar que el lujo, más decadente?”. En la habitación ocurren una serie de hechos ridículos entre ella y él, incluso, pelean. Finalmente terminan acostándose. “Corrupción final. Las risas esta vez son carcajadas. La trompeta suena apocalíptica, pero parecen no escucharla, ni menos sentir lo que quiere transmitir”. El policía se retira tristemente a su casa, que es también la de sus padres. Su madre lo recibe afectuosamente y le ofrece de comer. No quiere. Su padre, teniente de la policía, preocupado le pregunta cómo se siente. Este solo mueve su cabeza. Su rostro está arruinado. El primer plano lo demuestra.(Esteban recuerda más que nunca a Wiene, a Murnau, a Lang). El padre de Holk le ofrece un habano, este lo toma y se retira a su habitación, siquiera puede dormir, dándose vueltas en su cama una y otra vez. “Culpa. Remordimiento. La gente nuevamente ríe”.
 
La acción cambia bruscamente a Paris, donde un fastuoso individuo habla con el recepcionista de un pomposo hotel, el cual lo llama respetuosamente “Cónsul”. Sale del elegante edificio y se dirige a una alcantarilla en plena vía pública donde realizan un trabajo algunos hombres, sin embargo no se trataba de trabajos de reparación, sino que cavan un túnel largo, oscuro y lóbrego hacía la bóveda del Banco de Paris. Al llegar a esta, este supuesto cónsul, roba gran cantidad de dinero y se retira. Dos guardias del banco sienten algunos ruidos, pero se desentienden y prenden un cigarrillo. “Corrupción Política a vista y paciencia de todos”. Este cónsul resulta ser finalmente el novio de la bella mujer, le escribe una carta indicando que luego estará con ella en Alemania.
 
Al día siguiente, la mujer recibe la nota del hombre y a continuación encuentra la identificación de Holk a un costado de su cama, así que decide enviarle una caja de puros al domicilio que en ella aparece. Este los recibe, al poco rato, con terrible horror. “El público ríe a carcajadas por la furia de nuestro héroe. La trompeta suena enloquecedora”. Se dirige iracundo a la casa de la mujer para devolverle tal humillante soborno, discuten en la habitación de ésta, pero nuevamente terminan acostándose, o quizás, esta vez, haciendo el amor. Momentos después, duermen juntos. La mujer despierta repentinamente y prende un cigarrillo.
 
Esteban concluye que el habano, los puros y los cigarrillos son símbolo de olvido, o talvez de sedante que no permite tomar las cosas en su real dimensión. Es sinónimo de relajo ante una situación problemática. Recuerda el funeral de un cercano familiar en el cual la reciente viuda no paraba de fumar, también a su compañero Luis, quien luego de ser despedido con encendedor en mano, señaló al despedirse con una sonrisa triste: “No por eso no nos vamos a fumar un cigarrito”. Esteban, ante aquella idea, por primera vez en aquel momento, pareció sonreír.
 
De pronto, el cónsul-cleptómano llega a la casa de la mujer y los sorprende. “Las risas casi no dejan disfrutar la bella trompeta de la cual emanan notas espeluznantes”. Esteban, en cambio, solo intenta escuchar la siniestra melodía que le aprieta el pecho, que no le permite respirar adecuadamente, diriase que le falta el aire. La escena es impresionante (pero la gente solo ríe. ¿Estamos viendo la misma película?, se pregunta Esteban). Se inicia un combate entre los hombres, la cual concluye con un golpe en la cabeza del fastuoso cónsul con un garrote, dándole muerte inmediatamente. Holk arranca, mientras la mujer se queda en la habitación fumando desesperadamente. Llega a su casa y confiesa lo hecho a sus progenitores, ante lo cual su padre decide entregarlo a la comisaría. Juntos llegan a ésta y Holk confiesa el hecho al comandante. “Reconciliación con lo correcto”. En esos mismos instantes, la mujer llega a la casa de Holk y cuenta a la triste madre de éste lo acontecido. Juntas se dirigen a la dependencia policial. Llegan y la mujer relata que lo ocurrido fue en defensa propia y que el muerto se trataba del famoso ladrón del Banco de Paris. “Redención”.
 
Muestran los rostros de los protagonistas, en feroz primer plano. Esteban siente que nunca fue más manifiesto el expresionismo alemán. Mientras el público ríe sin sentido, sin entender, sin escuchar lo que, inagotablemente, quieren transmitir las furiosas notas de la dorada trompeta. Finalmente, la mujer es detenida por ser testigo presencial y Holk liberado completamente, retirándose junto con sus padres, sin embargo, vuelve corriendo donde se encontraba la mujer, indicándole que la esperará para que estén juntos en un futuro. “La trompeta, después de mucho tiempo, sonó finalmente suave”
 

III
 

La pantalla se vuelve negra, termina el trance. Se ilumina la sala. Aplausos. El trompetista es ovacionado. Esteban puede ver los rostros sonrientes de muchas personas, pero también los serios de algunos otros, minoría por cierto, que al igual que él, al parecer, presenciaron otro film. Felizmente percibe en estos últimos la misma sensación que él tiene: Una profunda emoción y alegría de haber presenciado una pieza maestra e histórica, que muy pocos en el mundo han tenido el gusto de ver.
 
Se pone nuevamente su abrigo, realiza algunas breves impresiones con otras personas, sale del edificio y empieza nuevamente su caminar. Solitario, talvez idénticamente como aquellos rostros serios que vio hace unos instantes, que vieron un film completamente distinto a la mayoría, que vieron no una comedia sino un terrible drama, que vieron no sólo entretención, sino también, un gran arte dramático. Sabe que camina solo y que llegará a su solitario hogar, pero también sabe que aquella es sólo una ilusión, porque realmente no está solo, porque hay otros como él, que sienten de una forma distinta, que presencian los hechos de un modo diverso, y que finalmente no se sienten húmedas sus pieles como las de los cuerpos de esos sonrientes entes, tan húmedos y fríos como el asfalto por el cual camina Esteban casi ciego por la espesa neblina.
 

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